Cuando leemos un
relato, lo que de él abstraemos está influenciado y condicionado por nuestras
experiencias previas. Leer algo nuevo puede modificar nuestra forma futura de
interpretar otras cosas, claro, pero son las experiencias anteriores las que
nos permiten asimilar nuevas cosas. Es así como, cuando leemos, por ejemplo, un
cuento, lo interpretamos de una forma y cuando, pasados unos años, lo releemos,
interpretamos de manera diferente y abstraemos cosas que antes no. Las
experiencias entre un momento y otro de lectura del mismo relato son distintas
y nuestra mente, ahora, tiene más información para trabajar en la traducción y
asimilación de los nuevos datos que le proporcionamos.
Cuando leí La
Máscara de la Muerte Roja por primera vez, tendría no más de once o doce
años. En aquella época no tenía, de
ningún modo, la información ni la experiencia de vida necesarias para poder
interpretar de forma completa el cuento. No digo que ahora lo entienda AL
COMPLETO, pero sí que entiendo un poco más y mejor los simbolismos que, en mi
niñez, no fui capaz de notar. ¡La experiencia de la relectura fue gratificante!
Ahora, a mis veinticinco años, puedo decir que tengo algo de experiencia como
para entender algunas cosas que el relato plantea implícitamente. Pero antes de
pasar a explicar estas experiencias que cambiaron mi percepción de un relato
escrito 149 años antes de mi nacimiento, mejor hablemos del
argumento, que por más que sea sencillo, me heló la sangre las dos veces que lo
leí.
La Máscara de la
Muerte Roja nos cuenta cómo un príncipe, ante la amenaza de una peste letal
llamada Muerte Roja, junta a cientos de sus cortesanos que no resultaron
afectados por la enfermedad y se encierra en un castillo junto con ellos
durante meses, disfrutando de fiestas mientras la Muerte Roja se cobra las
vidas de casi todos en la ciudad. La historia tiene lugar durante una de esas
fiestas, una fiesta de disfraces y máscaras, cuando llega un invitado no
deseado. No es el gran argumento, la verdad. El cuento no abarca más que unas cuantas
páginas y la mayoría del relato se dedica a describir la peste, los salones del
castillo, el decorado y la atmosfera de la fiesta. Solo en las últimas dos
páginas podemos pasar la acción de la historia.
En mi niñez, cuando
lo leí por primera vez, mi mente se centró en los acontecimientos. Me imaginaba
perfectamente la enfermedad, la fiesta, la gente que bailaba disfrazada y, lo
más aterrador y grotesco para mí, las mascaras aunadas al gentío, la música y
los colores de los salones poco iluminados. La muerte no tenía significado para
mí, lo que me aterraba era la fiesta en sí, la atmosfera… Cabe aclarar que no
me gustan las máscaras. Me resultan perturbadoras. El no saber quien se oculta detrás
de una es inquietante. Esto es algo que me desagradaba incluso desde muy
chiquita, por lo que la forma en que Poe describe la mascarada me produjo un
gran impacto, algo que me acompaña hasta el día de hoy. Como iba diciendo, en
su momento solo vi lo que mi mente estaba preparada para ver. Cuando lo releí, más
de una década después, pude ver cosas que en ese primer momento se me
escaparon.
Recientemente,
charlando con mi hermano, salió el tema de Poe y la tuberculosis, una
enfermedad que odio con todo mi ser. Hablamos sobre cómo este autor podría ser
un portador de la enfermedad sin que esta se manifieste en él pero que le
permita contagiar a otras personas. Nosotros sabemos bastante sobre esta
maldita enfermedad, dado que la razón de nuestro odio hacia ésta radica en que
casi se cobrara la vida de mi hermano, el mismo con el que teorizábamos sobre
Poe. Si, la tuberculosis casi mata a mi hermano, y también afectó a otro de mis
hermanos. Pero fue el primer caso el peor. Ver a una persona quedar piel y
huesos, saber que el medicamento puede matarlo por lo fuerte que es para un
chico de quince que pesa 39 kilos, o peor, que los narcóticos no sean
lo suficientemente fuertes como para erradicar la enfermedad de su cuerpo; escucharle
toser constantemente y, en los momentos que no tosía, sentir el terror helado
de que haya dejado de respirar no es, para nada, algo que le deseara ni al peor
de mis enemigos. Pero, ¿Qué tiene esto que ver con Poe y con La Máscara de la
Muerte Roja? La respuesta es simple: la mayoría de las muertes de los seres queridos
de este hombre se la atribuyen a la tuberculosis, y fue esto lo que inspiró al
autor para crear a la Muerte Roja. Las características de la enfermedad son
manchas rojas sobre todo el cuerpo y, lo más importante, escupir sangre en la
fase terminal.
Cuando tenía doce
años, no conocía nada de esto. Nunca me había imaginado que sería testigo de
cómo esta horrible enfermedad consume a las personas. Y muchísimo menos de que
sería a mis propios hermanos. Así que, en mi primera lectura, el terror a la
tuberculosis y a la muerte me era ajeno. Sin embargo, ahora, puedo ver
claramente el sentido detrás de la muerte roja. Puedo volver a sentir el pánico
de, posiblemente, ver morir a mis hermanos.
Otra cosa que la
primera vez carecía de importancia es el repiqueteo del reloj de ébano en el
salón negro y cómo afectaba a los danzarines y músicos. Los perturbaba hasta el
punto de paralizarlos de inquietud y, quizás, hasta de miedo. Primero había creído
que era solo para crear tensión, pero ahora me doy cuenta de que representa el
paso de las horas y la cuenta regresiva hasta el inevitable final que una
enfermedad incurable conlleva (recordemos que en aquellos tiempos la tuberculosis era incurable). El salón negro, en sí, representa la muerte,
como veremos hacia el final del relato.
Por último, creo,
quedaría el concepto del encierro y el final del cuento, que, si no lo leíste
aún, no voy a arruinártelo. El que el príncipe se encerrara junto a su corte lo
había interpretado de manera muy literal. Creía que recurrió a esto porque
temía enfermarse y estar solo… bueno, ¡tenía doce años! Es lógico que lo vea de
esa forma. Lo que ahora puedo decir de esto es que, dado el historial de
muertes que Poe presenció y sufrió por la tuberculosis, representa la sensación
de impotencia que él sentía al no poder huir de la enfermedad. Irremediablemente,
sin importar qué medidas se tomaran, la tuberculosis siempre le arrebataba a
alguien.
Es grandioso, para mí,
notar cómo cambió mi forma de interpretar las cosas en todos estos años. A
pesar de haber pasado la peor experiencia de mi vida, que por gracia de todos
los dioses, nunca llegó a peor ya que mis hermanos están totalmente
recuperados. Estoy segura de que dentro de otra década voy a leer este cuento y
a interpretarlo de manera distinta. Esto es, también, parte de la maravilla que
es la literatura, el poder leer siempre lo mismo pero asimilarlo de manera
distinta y que nos transforme cada vez.
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