viernes, 18 de noviembre de 2016

Verónica de Suzanne Pairault

   Hasta el momento me dediqué a hablar de libros de temática adulta y, un poco, de libros dirigidos al público juvenil. Pueden estar de acuerdo o no con mi opinión de cada uno de estos libros, es claro que cada uno saca sus propias conclusiones y forma su propio criterio. Pero eso no viene al caso ahora. Hoy quiero hablar de un libro infantil más viejo que yo y que, desde una postura sentimental de mi parte, es especial.

   Uno podría decir que su importancia emocional está ligada a ser el primer libro que leí, o que me hiciera soñar siendo niña… Pero no. La verdad es que cuando este libro cayó en mis manos, yo tenía 18 años.

   Esta novela llegó a mí en forma de un regalo. No es la gran cosa, al menos no para la mayoría de las personas. Pero para mí sí que lo es. Lo importante es quién me lo regaló, por qué y las palabras que dijo al dármelo. Es algo que siempre voy a recordar.

   Mi edición es del año 1965 y pertenece a la editorial KAPELUZ. Sin embargo, al parecer, la edición original en francés es de 1954. La mía consta de 189 páginas y posee ilustraciones a color y en blanco y negro, algo muy común en las colecciones de libros infantiles de la época. Es una pena que ya no salgan ediciones como esas dado que, al parecer, los cuentos infantiles en la actualidad son de “usar y tirar” porque se rompen muy rápido o se deshojan. Bueno, no entremos en esos temas. Lo que quería señalar con todo esto es que, a pesar de tener sus buenos años, se conserva en muy buenas condiciones.

   Verónica nos cuenta la historia de una huérfana de trece años que vive en un orfanato para niñas. Su vida se ve cambiada para siempre cuando recibe la noticia de que encontraron a sus familiares y que estos quieren llevarla consigo. Verónica, que siempre soñó con que alguien la adoptara, se sintió realmente dichosa de que algo tan extraordinario le ocurriera justo a ella. Pero no todo es perfecto y de color de rosas, sus familiares, tío, tía y primo (éste de casi la misma edad de Verónica), son personas bastante snob que viven a costa de la fortuna que la niña heredara de sus fallecidos padres. Aún así, después de años de maltratos en el orfanato por parte de la directora, empleados del hospicio, compañeras del colegio y los padres de éstas que la discriminaban por ser “una niña expósita”, Verónica se siente muy feliz de, por fin, tener una familia aunque estos no sean muy simpáticos ni cariñosos que digamos. Es así como pasa de ser la criada del orfanato que se ocupa de la limpieza, cuidado de las huérfanas más pequeñas, ayudante de cocina, etc., a ser una suerte de princesita de la aristocracia francesa viviendo en un castillo y con todos los lujos que podría imaginarse. Una suerte de cenicienta, si se quiere, pero sin príncipe.

   Dado que se trata de una novela infantil, no puedo ser muy exigente, pero hay que reconocer que es una historia atrapante y bien escrita. Si bien por momentos parece que se torna un poco densa, momentos en los que nada pasa, si se presta atención, notaremos que no están porque sí y que, al final, tienen sentido. La historia de esta niña nos hace ver cosas tan simples como la amistad, pero es la amistad pura de los niños, sin condiciones, abierta y generosa. El amor familiar también es importante, Verónica conocerá a un excéntrico tío que vive viajando de un país a otro y al que le apasiona todo lo que tenga que ver con culturas nativas de países como África o Brasil, y la niña se contagiará de esta pasión creando un hermoso vínculo con este hombre. Otro tema tratado es la diferencia entre el mundo de los niños, esa forma de vivir tan simple, pura y directa, y el mundo de los adultos, con dobles intenciones, intrigas y la forma de ver las cosas más complejas de lo que podrían ser. Por momentos será hasta predecible, aunque creo que está bien ya que hablamos de un cuento dedicado a niños.

   Los personajes son un estereotipo, si. Tenemos a la protagonista huérfana que vivió una infancia injusta plagada de maltratos y discriminación, pero que pese a eso es el alma más pura y comprensiva del mundo. Un ángel en la tierra que ve lo bueno hasta en las personas más horrendas y crueles. El matrimonio Sivry, un par de aristócratas que creen que el dinero es lo único que define a una persona, aunque paralelamente sean unos mantenidos que no posean dinero propio. El exótico tío Carlos, un hombre rico, si, pero que gana su fortuna escribiendo sobre las variadas culturas con las que convive durante años adoptando sus costumbres. Blas, un niño de granja, pobre, analfabeta pero muy inteligente, entablará una linda amistad con Verónica. Tenemos a otros personajes como una anciana cocinera que adoptará una actitud protectora digna de una abuelita, un granjero autoritario y cruel, entre otros. Si, son personajes típicos, pero funcionan bien juntos además de no ser forzados.

   Dejando de lado el sentimentalismo, es una novela muy linda para dárselo a niñas de once a trece años pues cuenta una historia bonita, sencilla y que, al mismo tiempo, empieza a tener un argumento más parecido a la literatura para los adultos pero conservando la simpleza de los cuentos para niños más jóvenes. Los mensajes que nos deja su lectura son atemporales, enseña sobre el valor de la amistad, la importancia de la familia, que las clases sociales no son importantes y que el dinero no es algo que nos defina como mejores o peores personas. Definitivamente vale la pena tenerlo en nuestra biblioteca y ser leído, si es que tienen la suerte de encontrarlo en ventas de segunda mano o rescatarlo de algún galpón o pila de cosas viejas acumuladas por años, debido a que no han salido nuevas ediciones (al menos no en mi país).


jueves, 3 de noviembre de 2016

Releyendo: La mascara de la muerte roja de Edgar Allan Poe

   Cuando leemos un relato, lo que de él abstraemos está influenciado y condicionado por nuestras experiencias previas. Leer algo nuevo puede modificar nuestra forma futura de interpretar otras cosas, claro, pero son las experiencias anteriores las que nos permiten asimilar nuevas cosas. Es así como, cuando leemos, por ejemplo, un cuento, lo interpretamos de una forma y cuando, pasados unos años, lo releemos, interpretamos de manera diferente y abstraemos cosas que antes no. Las experiencias entre un momento y otro de lectura del mismo relato son distintas y nuestra mente, ahora, tiene más información para trabajar en la traducción y asimilación de los nuevos datos que le proporcionamos.

   Cuando leí La Máscara de la Muerte Roja por primera vez, tendría no más de once o doce años.  En aquella época no tenía, de ningún modo, la información ni la experiencia de vida necesarias para poder interpretar de forma completa el cuento. No digo que ahora lo entienda AL COMPLETO, pero sí que entiendo un poco más y mejor los simbolismos que, en mi niñez, no fui capaz de notar. ¡La experiencia de la relectura fue gratificante! Ahora, a mis veinticinco años, puedo decir que tengo algo de experiencia como para entender algunas cosas que el relato plantea implícitamente. Pero antes de pasar a explicar estas experiencias que cambiaron mi percepción de un relato escrito 149 años antes de mi nacimiento, mejor hablemos del argumento, que por más que sea sencillo, me heló la sangre las dos veces que lo leí.

   La Máscara de la Muerte Roja nos cuenta cómo un príncipe, ante la amenaza de una peste letal llamada Muerte Roja, junta a cientos de sus cortesanos que no resultaron afectados por la enfermedad y se encierra en un castillo junto con ellos durante meses, disfrutando de fiestas mientras la Muerte Roja se cobra las vidas de casi todos en la ciudad. La historia tiene lugar durante una de esas fiestas, una fiesta de disfraces y máscaras, cuando llega un invitado no deseado. No es el gran argumento, la verdad. El cuento no abarca más que unas cuantas páginas y la mayoría del relato se dedica a describir la peste, los salones del castillo, el decorado y la atmosfera de la fiesta. Solo en las últimas dos páginas podemos pasar la acción de la historia.

   En mi niñez, cuando lo leí por primera vez, mi mente se centró en los acontecimientos. Me imaginaba perfectamente la enfermedad, la fiesta, la gente que bailaba disfrazada y, lo más aterrador y grotesco para mí, las mascaras aunadas al gentío, la música y los colores de los salones poco iluminados. La muerte no tenía significado para mí, lo que me aterraba era la fiesta en sí, la atmosfera… Cabe aclarar que no me gustan las máscaras. Me resultan perturbadoras. El no saber quien se oculta detrás de una es inquietante. Esto es algo que me desagradaba incluso desde muy chiquita, por lo que la forma en que Poe describe la mascarada me produjo un gran impacto, algo que me acompaña hasta el día de hoy. Como iba diciendo, en su momento solo vi lo que mi mente estaba preparada para ver. Cuando lo releí, más de una década después, pude ver cosas que en ese primer momento se me escaparon.

    Recientemente, charlando con mi hermano, salió el tema de Poe y la tuberculosis, una enfermedad que odio con todo mi ser. Hablamos sobre cómo este autor podría ser un portador de la enfermedad sin que esta se manifieste en él pero que le permita contagiar a otras personas. Nosotros sabemos bastante sobre esta maldita enfermedad, dado que la razón de nuestro odio hacia ésta radica en que casi se cobrara la vida de mi hermano, el mismo con el que teorizábamos sobre Poe. Si, la tuberculosis casi mata a mi hermano, y también afectó a otro de mis hermanos. Pero fue el primer caso el peor. Ver a una persona quedar piel y huesos, saber que el medicamento puede matarlo por lo fuerte que es para un chico de quince que pesa 39 kilos, o peor, que los narcóticos no sean lo suficientemente fuertes como para erradicar la enfermedad de su cuerpo; escucharle toser constantemente y, en los momentos que no tosía, sentir el terror helado de que haya dejado de respirar no es, para nada, algo que le deseara ni al peor de mis enemigos. Pero, ¿Qué tiene esto que ver con Poe y con La Máscara de la Muerte Roja? La respuesta es simple: la mayoría de las muertes de los seres queridos de este hombre se la atribuyen a la tuberculosis, y fue esto lo que inspiró al autor para crear a la Muerte Roja. Las características de la enfermedad son manchas rojas sobre todo el cuerpo y, lo más importante, escupir sangre en la fase terminal.

   Cuando tenía doce años, no conocía nada de esto. Nunca me había imaginado que sería testigo de cómo esta horrible enfermedad consume a las personas. Y muchísimo menos de que sería a mis propios hermanos. Así que, en mi primera lectura, el terror a la tuberculosis y a la muerte me era ajeno. Sin embargo, ahora, puedo ver claramente el sentido detrás de la muerte roja. Puedo volver a sentir el pánico de, posiblemente, ver morir a mis hermanos.

   Otra cosa que la primera vez carecía de importancia es el repiqueteo del reloj de ébano en el salón negro y cómo afectaba a los danzarines y músicos. Los perturbaba hasta el punto de paralizarlos de inquietud y, quizás, hasta de miedo. Primero había creído que era solo para crear tensión, pero ahora me doy cuenta de que representa el paso de las horas y la cuenta regresiva hasta el inevitable final que una enfermedad incurable conlleva (recordemos que en aquellos tiempos la tuberculosis era incurable). El salón negro, en sí, representa la muerte, como veremos hacia el final del relato.

   Por último, creo, quedaría el concepto del encierro y el final del cuento, que, si no lo leíste aún, no voy a arruinártelo. El que el príncipe se encerrara junto a su corte lo había interpretado de manera muy literal. Creía que recurrió a esto porque temía enfermarse y estar solo… bueno, ¡tenía doce años! Es lógico que lo vea de esa forma. Lo que ahora puedo decir de esto es que, dado el historial de muertes que Poe presenció y sufrió por la tuberculosis, representa la sensación de impotencia que él sentía al no poder huir de la enfermedad. Irremediablemente, sin importar qué medidas se tomaran, la tuberculosis siempre le arrebataba a alguien.

   Es grandioso, para mí, notar cómo cambió mi forma de interpretar las cosas en todos estos años. A pesar de haber pasado la peor experiencia de mi vida, que por gracia de todos los dioses, nunca llegó a peor ya que mis hermanos están totalmente recuperados. Estoy segura de que dentro de otra década voy a leer este cuento y a interpretarlo de manera distinta. Esto es, también, parte de la maravilla que es la literatura, el poder leer siempre lo mismo pero asimilarlo de manera distinta y que nos transforme cada vez.